Mujer de aproximadamente 30 años
de edad, originaria del Distrito Federal, con estudios en medicina, dos hijos: de
2 años (varón) y 1 mes de nacimiento (mujer); desempleada. Recientemente
divorciada, y sin ningún apoyo económico, moral o familiar en la ciudad de León
Guanajuato. Sobre su familia de origen se puede hablar a groso modo de una
familia con muchas fortalezas, sí, pero finalmente generadora de simbiosis al
interior de sus miembros. Esta mujer tuvo que sacar recursos de donde no había,
vendió hamburguesas, ocasionalmente recibía algún apoyo económico por parte de
sus familiares, y hacia estirar la despensa compuesta por dos bolsas de la
comercial mexicana que su ex esposo, también ocasionalmente, llegaba a enviar.
Poco a poco se fue haciendo de algunos amigos, que brindaron una mano en señal
de apoyo, poco a poco pudo insertarse en el ámbito medico para poder ejercerlo.
Hasta que finalmente esta veta de luz se cruzo fugazmente con otra veta de luz,
en un, aún oscuro momento, para generar un poco mas de luz… y he aquí el nacimiento
de un proceso psicoterapéutico. Para aquellos que estudian el ámbito de la
clínica en psicología, podrán imaginar una serie de matices y líneas de trabajo
para brindar algunas soluciones al caso presentado. Idealmente, pudiera
esperarse que dicha mujer continuara ejerciendo como profesionista, que educara
a sus hijos dentro y fuera de la escuela, que luchara y resistiera del deseo
que brinda el confort de una casa materna, pero que también implica la
simbiosis con la misma y el no desarrollo psicológico y emocional de su propia
familia; idealmente pudiéramos imaginar que con el paso de los años los hijos
se convirtieran en hijos con estudios, incluso universitarios, algo difícil de
precisar pensando en una madre deprimida y la ausencia de una figura paterna,
que contuviera las ansiedades maternas e introyectara en los hijos el sentido del
deber y las reglas.
He de decirles, queridos
lectores, que ese ideal se cumplió y más.
Pero no se cumplió por arte de
magia, no. Fue un proceso psicoterapéutico que duro 10 años ininterrumpidos y
si el proceso psicoterapéutico funciono, no solo se debió a la disposición de
la paciente para enfrentarse a sus problemas de aquel entonces, sino al reto de
enfrentarse a sí misma; si este caso tuvo éxito fue porque también hubo un gran
terapeuta capaz de sostener, guiar y dar claridad en una década. Usted, ávido e
intuitivo lector, podrá quizás ya haber divisado que el niño de aquel entonces
se trata de mí.
He de confesar que el camino para
llegar hasta aquí no fue fácil. De niño la ansiedad me abrazo mucho tiempo, el
miedo a la separación y evidentemente a la perdida… Te recuerdo, Carlos, preguntándome
en aquellas tardes dentro de tu consultorio, sentadito frente a ti con los pies
colgando por ser tan pequeño, “¿y porque no le dices a papá, que estas enojado
con él?” Te juro que mi respuesta interna era “¿Pero, cómo puedo estar enojado
con mi papá, si precisamente es mi papá?” No lo comprendía, no comprendía
siquiera que se podía también sentir enojo hacia un padre ausente… claro eso no
lo sabías de mis labios, solo me veías bosquejar una sonrisa y bajar la mirada
a un lado. Estuviste ahí en todos esos años y aún recuerdo tus palabras dentro
de nuestra última sesión, donde mencionabas que habíamos llegado a un término
de la terapia, pero que si posteriormente alguno de nosotros dos, mi hermana o
yo te llegáramos a necesitar ahí ibas a estar, y lo cumpliste. El tratamiento
termino con mi entrada a la adolescencia que tampoco fue fácil en un principio,
aunque si fue maravillosa al final de cuentas. Aún recuerdo mi nerviosismo al
marcarte para pedir hablar contigo un momento, colgué como 3 veces, hasta que
al final me atreví a hablar, tú con esa calma y seguridad me dijiste en qué
momento y hora acudir. Y ahí estuve yo sentado, ahora sí con los pies tocando
suelo pero con las ideas no tan aterrizadas, te hable penosamente de mi primer
novia y algunas cosas que sentía y no comprendía; tenias esa magia de bajar mi
ansiedad con tu tono de voz, con tu mirada, esa postura adoptada en tu silla y
el contenido de tus palabras, que para cuando empezaban a salir yo ya estaba la
mitad de tranquilo de cómo había llegado. Aquella fue una bonita lección sobre
noviazgo y sexualidad, diferente, que no tuve antes. Y poquito tiempo después
te recuerdo en mi casa, en aquella comida a la que te invitamos con Coco. En la
casa, mi hermana y yo tratábamos que todo fuera perfecto y muchos años después,
en aquella comida, te invite a ver uno de los cuadros de mi recamara, nos
sentamos sobre la cama y te pude contar “por fin lo hice” por fin gracias a
muchas sesiones de terapia y el ultimo empujoncito motivacional de aquella
novia, pude sentarme en un café delante de ese padre biológico y decirle que
estaba harto de sus promesas incumplidas, de que estaba enojado con él y de que
estaba dispuesto si él así lo quería a sostener un vinculo cordial, aclarando
que no sería un vinculo de padre-hijo, pero cordial cuando menos, eso sí, de
manera muy firme mencionando que no sería yo esta vez quien tomará la iniciativa…
pues ya lo había hecho durante toda mi infancia, con aquellas llamadas al
hospital en las que él colgaba pronto o su pareja decidía colgarme el teléfono...
tus palabras de aquel entonces fueron enfocadas a seguir creciendo a pensar en
algún día perdonarlo. Hasta aquí, ¿queda la duda sobre el porqué desde la
secundaria siempre anhele ser psicólogo? Recuerdo a Coco preguntarme “¿y qué te
gustaría ser de grande?”, “psicólogo”, “no, como psicólogo, te vas a morir de
hambre” Internamente pensaba, “si morirme de hambre es tener una casa tan linda
y grande como la tuya, y una familia tan cálida como la tuya… entonces si
quiero morirme de hambre” Estuviste ahí cuando tuve que tomar una decisión
hasta entonces muy importante para mí, pues no comprendía porque mi noviazgo de
pronto no caminaba como antes, hasta que tocamos otro tema, el de los celos y
la posesividad. No entendía porque de pronto ella me decía que yo le cambiaria
por otra al entrar a estudiar psicología, si para mí era un sueño que ella
también hubiera “decidido” estudiar psicología. Ahí estuviste cuando tuve que
soltar esa relación, presente, siempre presente, es mas nunca me cobraste ni un
peso por esos espacios.
También yo pude acompañarte,
cuando IFAPAC se abrió y se lograba uno de tus sueños con una generación
deseosa de aprender… ¿de cuantas personas no habrás sido maestro, directa o
indirectamente?, ¿Cuántos y cuanto de nosotros no hemos aprendimos de ti? Me
toco ver el cierre de IFAPAC, pero con eso me enseñaste el valor de la ética,
que está por encima de cualquier precio económico. Si uno pudiera tomar con una
lupa y analizar esos 10 años de tratamiento podría hacer toda una justificada
argumentación teórica sobre muchos de los “errores” cometidos en el proceso.
Que abarcan, no el que mi madre no te pagara una sesión, sino que de tu bolsa
salió dinero para que ella nos llevara a Mc Donalds, cuando este se inauguro en
León, o aquella vez que nos llevaste a la tienda a comprar un gansito,
permitirnos y abrirnos las puertas de tu familia y gracias a ello conocer,
seres humanos tan llenos de calidez y calidad. Bueno esos “errores” los podrá
criticar algún psicoanalista por ejemplo, con quienes tú no tenías mucho afín
desde la teoría, aunque siempre respetaste que fuera el marco teórico que a mí más
me ha gustado. Sí, se podrán criticar y señalar de mil formas. Carlos, gracias,
muchas gracias por esos “errores”. Se es padre no solo desde la biología, sino
desde la función también. Muchos años crecí, sintiéndome a ratos un poco
incompleto, tras la falta de ese padre que creciera conmigo. Hoy me doy cuenta,
que siempre estuvo conmigo bajo otros nombres.
Tu partida me tomo muy de
sorpresa, me hizo darme cuenta del tiempo transcurrido, sin embargo te fuiste
siendo joven. Y aunque me duele mucho tu partida, una parte de mí, es más, una
gran parte de mí, se queda tranquila. Jamás imagine, que con tu partida tendría
tu última lección. De niño me dijiste “a
ti, te va a costar mucho los duelos y las separaciones” y tu partida fue como
darle cierre a esa frase y saber que puedo también dejar ir, soltar, sin
sufrir. Puedo dejarte ir, y quedarme no sufriendo por tu partida, sino
agradecido y contento por haber estado; ahí. Te fuiste y dejas una escuela en
vida, te fuiste pero en los corazones de muchos de nosotros te quedas, y vive
un Carlos Bonfil. Te fuiste y me dejas un reto por delante como persona, como
profesional.
Carlos, no me queda más que
rendirte un agradecimiento profundo y muy sincero, muy honesto con todo mi
amor, respeto y admiración. Gracias por haber cumplido tu promesa, gracias por
haber estado siempre, gracias Carlos terapeuta, gracias Carlos maestro, gracias
Carlos papá.
….Y ojala que con el
paso del tiempo, pueda ser un poquito de lo mucho que tú fuiste.
ECO.
¿cómo puedo comunicarme contigo? ¿algún correo? por favor...
ResponderEliminarordonez19_84@hotmail.com
ResponderEliminarQué hermoso mensaje para alguien que se supo ganar el cariño de ti y de muchos más, con su entrega, profesionalismo pero sobretodo por su gran calidad humana. Personas como él siempre se llevan en el corazón, sé que no lo conocí pero por la historia que acabas de contar, no tengo la menor duda de que fue un excelente ser humano. Gracias por compartirlo, es muy bello, hiciste que se me salieran las lágrimas y se me hiciera un nudo en la garganta
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