jueves, 17 de mayo de 2012

Con cariño para ti Carlos Arturo Fernández Bonfil.

Muchos conocimos al Dr. Carlos Arturo Fernández Bofil. Cada uno de nosotros podría contar innumerables anécdotas que puedan  hacer referencia a su ética, a su nobleza y calidad como ser humano. Sabemos que durante más de 20 años el Dr. Fernández se dedico a la psicoterapia… ¿Cuántos pacientes no habrán vivido y compartido sus historias en aquel consultorio del centro de la ciudad? ¿Cuántas lágrimas y sonrisas brotaron y brillaron ahí por las tardes o ya con el sonido de los grillos como fondo musical? Bueno, pues yo quisiera comenzar, este escrito, contando un caso clínico.
Mujer de aproximadamente 30 años de edad, originaria del Distrito Federal, con estudios en medicina, dos hijos: de 2 años (varón) y 1 mes de nacimiento (mujer); desempleada. Recientemente divorciada, y sin ningún apoyo económico, moral o familiar en la ciudad de León Guanajuato. Sobre su familia de origen se puede hablar a groso modo de una familia con muchas fortalezas, sí, pero finalmente generadora de simbiosis al interior de sus miembros. Esta mujer tuvo que sacar recursos de donde no había, vendió hamburguesas, ocasionalmente recibía algún apoyo económico por parte de sus familiares, y hacia estirar la despensa compuesta por dos bolsas de la comercial mexicana que su ex esposo, también ocasionalmente, llegaba a enviar. Poco a poco se fue haciendo de algunos amigos, que brindaron una mano en señal de apoyo, poco a poco pudo insertarse en el ámbito medico para poder ejercerlo. Hasta que finalmente esta veta de luz se cruzo fugazmente con otra veta de luz, en un, aún oscuro momento, para generar un poco mas de luz… y he aquí el nacimiento de un proceso psicoterapéutico. Para aquellos que estudian el ámbito de la clínica en psicología, podrán imaginar una serie de matices y líneas de trabajo para brindar algunas soluciones al caso presentado. Idealmente, pudiera esperarse que dicha mujer continuara ejerciendo como profesionista, que educara a sus hijos dentro y fuera de la escuela, que luchara y resistiera del deseo que brinda el confort de una casa materna, pero que también implica la simbiosis con la misma y el no desarrollo psicológico y emocional de su propia familia; idealmente pudiéramos imaginar que con el paso de los años los hijos se convirtieran en hijos con estudios, incluso universitarios, algo difícil de precisar pensando en una madre deprimida y la ausencia de una figura paterna, que contuviera las ansiedades maternas e introyectara en los hijos el sentido del deber y las reglas.  
He de decirles, queridos lectores, que ese ideal se cumplió y más.
Pero no se cumplió por arte de magia, no. Fue un proceso psicoterapéutico que duro 10 años ininterrumpidos y si el proceso psicoterapéutico funciono, no solo se debió a la disposición de la paciente para enfrentarse a sus problemas de aquel entonces, sino al reto de enfrentarse a sí misma; si este caso tuvo éxito fue porque también hubo un gran terapeuta capaz de sostener, guiar y dar claridad en una década. Usted, ávido e intuitivo lector, podrá quizás ya haber divisado que el niño de aquel entonces se trata de mí.
He de confesar que el camino para llegar hasta aquí no fue fácil. De niño la ansiedad me abrazo mucho tiempo, el miedo a la separación y evidentemente a la perdida… Te recuerdo, Carlos, preguntándome en aquellas tardes dentro de tu consultorio, sentadito frente a ti con los pies colgando por ser tan pequeño, “¿y porque no le dices a papá, que estas enojado con él?” Te juro que mi respuesta interna era “¿Pero, cómo puedo estar enojado con mi papá, si precisamente es mi papá?” No lo comprendía, no comprendía siquiera que se podía también sentir enojo hacia un padre ausente… claro eso no lo sabías de mis labios, solo me veías bosquejar una sonrisa y bajar la mirada a un lado. Estuviste ahí en todos esos años y aún recuerdo tus palabras dentro de nuestra última sesión, donde mencionabas que habíamos llegado a un término de la terapia, pero que si posteriormente alguno de nosotros dos, mi hermana o yo te llegáramos a necesitar ahí ibas a estar, y lo cumpliste. El tratamiento termino con mi entrada a la adolescencia que tampoco fue fácil en un principio, aunque si fue maravillosa al final de cuentas. Aún recuerdo mi nerviosismo al marcarte para pedir hablar contigo un momento, colgué como 3 veces, hasta que al final me atreví a hablar, tú con esa calma y seguridad me dijiste en qué momento y hora acudir. Y ahí estuve yo sentado, ahora sí con los pies tocando suelo pero con las ideas no tan aterrizadas, te hable penosamente de mi primer novia y algunas cosas que sentía y no comprendía; tenias esa magia de bajar mi ansiedad con tu tono de voz, con tu mirada, esa postura adoptada en tu silla y el contenido de tus palabras, que para cuando empezaban a salir yo ya estaba la mitad de tranquilo de cómo había llegado. Aquella fue una bonita lección sobre noviazgo y sexualidad, diferente, que no tuve antes. Y poquito tiempo después te recuerdo en mi casa, en aquella comida a la que te invitamos con Coco. En la casa, mi hermana y yo tratábamos que todo fuera perfecto y muchos años después, en aquella comida, te invite a ver uno de los cuadros de mi recamara, nos sentamos sobre la cama y te pude contar “por fin lo hice” por fin gracias a muchas sesiones de terapia y el ultimo empujoncito motivacional de aquella novia, pude sentarme en un café delante de ese padre biológico y decirle que estaba harto de sus promesas incumplidas, de que estaba enojado con él y de que estaba dispuesto si él así lo quería a sostener un vinculo cordial, aclarando que no sería un vinculo de padre-hijo, pero cordial cuando menos, eso sí, de manera muy firme mencionando que no sería yo esta vez quien tomará la iniciativa… pues ya lo había hecho durante toda mi infancia, con aquellas llamadas al hospital en las que él colgaba pronto o su pareja decidía colgarme el teléfono... tus palabras de aquel entonces fueron enfocadas a seguir creciendo a pensar en algún día perdonarlo. Hasta aquí, ¿queda la duda sobre el porqué desde la secundaria siempre anhele ser psicólogo? Recuerdo a Coco preguntarme “¿y qué te gustaría ser de grande?”, “psicólogo”, “no, como psicólogo, te vas a morir de hambre” Internamente pensaba, “si morirme de hambre es tener una casa tan linda y grande como la tuya, y una familia tan cálida como la tuya… entonces si quiero morirme de hambre” Estuviste ahí cuando tuve que tomar una decisión hasta entonces muy importante para mí, pues no comprendía porque mi noviazgo de pronto no caminaba como antes, hasta que tocamos otro tema, el de los celos y la posesividad. No entendía porque de pronto ella me decía que yo le cambiaria por otra al entrar a estudiar psicología, si para mí era un sueño que ella también hubiera “decidido” estudiar psicología. Ahí estuviste cuando tuve que soltar esa relación, presente, siempre presente, es mas nunca me cobraste ni un peso por esos espacios.  
También yo pude acompañarte, cuando IFAPAC se abrió y se lograba uno de tus sueños con una generación deseosa de aprender… ¿de cuantas personas no habrás sido maestro, directa o indirectamente?, ¿Cuántos y cuanto de nosotros no hemos aprendimos de ti? Me toco ver el cierre de IFAPAC, pero con eso me enseñaste el valor de la ética, que está por encima de cualquier precio económico. Si uno pudiera tomar con una lupa y analizar esos 10 años de tratamiento podría hacer toda una justificada argumentación teórica sobre muchos de los “errores” cometidos en el proceso. Que abarcan, no el que mi madre no te pagara una sesión, sino que de tu bolsa salió dinero para que ella nos llevara a Mc Donalds, cuando este se inauguro en León, o aquella vez que nos llevaste a la tienda a comprar un gansito, permitirnos y abrirnos las puertas de tu familia y gracias a ello conocer, seres humanos tan llenos de calidez y calidad. Bueno esos “errores” los podrá criticar algún psicoanalista por ejemplo, con quienes tú no tenías mucho afín desde la teoría, aunque siempre respetaste que fuera el marco teórico que a mí más me ha gustado. Sí, se podrán criticar y señalar de mil formas. Carlos, gracias, muchas gracias por esos “errores”. Se es padre no solo desde la biología, sino desde la función también. Muchos años crecí, sintiéndome a ratos un poco incompleto, tras la falta de ese padre que creciera conmigo. Hoy me doy cuenta, que siempre estuvo conmigo bajo otros nombres.
Tu partida me tomo muy de sorpresa, me hizo darme cuenta del tiempo transcurrido, sin embargo te fuiste siendo joven. Y aunque me duele mucho tu partida, una parte de mí, es más, una gran parte de mí, se queda tranquila. Jamás imagine, que con tu partida tendría tu última lección.  De niño me dijiste “a ti, te va a costar mucho los duelos y las separaciones” y tu partida fue como darle cierre a esa frase y saber que puedo también dejar ir, soltar, sin sufrir. Puedo dejarte ir, y quedarme no sufriendo por tu partida, sino agradecido y contento por haber estado; ahí. Te fuiste y dejas una escuela en vida, te fuiste pero en los corazones de muchos de nosotros te quedas, y vive un Carlos Bonfil. Te fuiste y me dejas un reto por delante como persona, como profesional.
Carlos, no me queda más que rendirte un agradecimiento profundo y muy sincero, muy honesto con todo mi amor, respeto y admiración. Gracias por haber cumplido tu promesa, gracias por haber estado siempre, gracias Carlos terapeuta, gracias Carlos maestro, gracias Carlos papá.

….Y ojala que con el paso del tiempo, pueda ser un poquito de lo mucho que tú fuiste.


ECO.